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Escribo cuentos y novelas, doy clases, hago de periodista, traduzco. "Se esconde tras los ojos" (Alfaguara, 2000; Premio Clarín de novela) "Tangos chilangos" www.tangoschilangos.wordpress.com " Los destierrados" , El fin de la noche, 2009

Thursday, August 17, 2006

El vértigo, parte VII

VII

Don Martín me acercó una taza de café amargo apenas me vio entrar. Mientras le hacía lugar al lado de la caja me preguntó por qué le había gritado al pibe la tarde anterior. Sabía que me iban a hacer esa pregunta - Don Martín y el Topo estaban asomados a la puerta de la cocina cuando yo hablaba con el nervioso, igual que cada vez que hablaba con cualquiera de los pibes -, pero nunca hubiera imaginado que fuese Don Martín. El tono despreocupado podía indicar que lo de los pibes no le importaba o, por el contrario, que le importaba mucho. La única manera de saberlo era preguntándoselo, pero él no era de los que aceptaban una pregunta como respuesta.

- El pendejo se fue de boca, le tuve que decir que se vaya.

Hizo un comentario sin importancia y volvió a la cocina a buscar un pedido. Como siempre, la cara no lo traicionó. Varias veces lo habían tomado por jugador de póker, y una vez yo mismo sospeché que se había pasado la noche frente al paño, pero la idea de Don Martín apostando medio sueldo a una pierna de nueves era imposible. No me había dicho nada que justificara una pregunta directa, y para él una sospecha era una ofensa. Si no me apoyaba, tendría que hacerle caso al Topo o despedirlos a los dos, que era lo mismo que cerrar el bar.

Esa noche, cerca de las nueve, entró César. Se sentó al lado de la puerta como si quisiera tenerla cerca para salir corriendo si pasaba algo. Vi en sus ojos que en la noche anterior no había dormido. Me acerqué con la botella de Stolitznaya y dos vasos, me senté frente a él sin saludarlo.

- Vos dijiste que tomabas vodka: hoy vas a ver que no. Esto te va a enseñar la diferencia, y con un poco de suerte hasta te despeja.

Casi desde el sueño, sonrió con los ojos clavados en la pared que estaba detrás de mí.

- Es que estuvimos trabajando sin parar hasta recién. Fue una prueba nada más, pero cuando nos empecemos a mover en serio... Esta vez no van a poder esconder nada, ni siquiera van a saber que pasó algo. La mejor manera de atacar es cuando ellos no saben y no pueden defenderse.

El estaba demasiado dormido como para inventar algo, pero también como para saber lo que estaba diciendo. Le puse la copa llena sin decir nada, y la levantó despacio hasta ponerla a contraluz. Vi en sus ojos un reflejo del mismo destello azul que bailaba en la bebida y supe que le faltaba poco.

Lo dejé solo. A la media hora el nervioso le hizo señas desde la vereda. Detrás de él había varios pibes, y por las caras supe que lo que fuera que habían intentado había salido bien. César ensayó una sonrisa, levantó la mano como si lo que los separaba, el vidrio de la ventana, el vidrio del vaso y el vidrio de la botella, fueran una barrera, como si viera a sus compañeros desde un lugar donde el Ejército de la Información no importaba. Pero todavía no: sus ojos volvieron a enfocar la vereda y, sin terminar el vodka, fue con ellos. Una noche mi viejo me había llevado a la bodega de casa y me había sentado frente a un vaso de whisky. “Me llevó años conseguir esta botella, y la reservé para tomarla con vos cuando estuvieras listo”, dijo. Habíamos tomado juntos varias veces: mi viejo estudiaba cada una de mis miradas, cada movimiento, pero no hablaba más de lo necesario, y siempre para indicarme cómo tomar, qué hacer y qué no. Ese whisky era su aprobación, era casi un brindis, aunque una de las primeras lecciones había sido que el verdadero bebedor no brinda porque eso es para los que beben para celebrar, para los que buscan en la bebida cosas que están fuera de ella. Con el primer trago sonó el timbre, y supe antes de que mi madre llamara que eran mis amigos. Dudé un momento, pero al final bajé la vista, agarré el saco y salí de la bodega sin decir nada, sin siquiera darme vuelta para mirar a mi viejo. Mientras César entraba a la bodega comprendí por primera vez cómo se sintió él entonces, y en el espejo detrás de la barra vi la cara que no tuve el valor de enfrentar ese día.

Monday, August 07, 2006

Derrames: El vértigo, parte VI

Con una semana de retraso por receso invernal (sabrán disculpar), vuelve la historia de la que ya se habla en toda América.

César se levanta y vuelve por más, a pesar de las fisuras dentro del Ejército de la Información. ¿Redoblan el esfuerzoo aceleran la derrota?

César bajó del asiento del acompañante con un bolso y un libro. El que manejaba, un pibe con pelo corto y traje italiano, sacó una caja de cartón del baúl. Por el tamaño podía tener otra computadora o botellas de cerveza. Entraron a la piecita y cerraron la puerta.

El vértigo, parte VI

Con una semana de atraso (receso invernal, sabrán disculpar), la sexta parte de la historia que ya trascendió las fronteras...

Después de la primer pelea dentro del Ejército de la Información, César está listo para intentar un golpe más ambicioso todavía... ¿pero se acercan a la victoria o aceleran la derrota?

El jueves a la mañana, mientras estaba recibiendo un pedido de vinos, un auto estacionó frente al depósito. César bajó del asiento del acompañante con un bolso y un libro. El que manejaba, un pibe con pelo corto y traje italiano, sacó una caja de cartón del baúl. Por el tamaño podía tener otra computadora o botellas de cerveza. Entraron a la piecita y cerraron la puerta.

El vértigo, parte VI

El jueves a la mañana, mientras estaba recibiendo un pedido de vinos, un auto estacionó frente al depósito. César bajó del asiento del acompañante con un bolso y un libro. El que manejaba, un pibe con pelo corto y traje italiano, sacó una caja de cartón del baúl. Por el tamaño podía tener otra computadora o botellas de cerveza. Entraron a la piecita y cerraron la puerta. Al rato los vi salir cargando al que se había quedado haciendo guardia, que seguía mal por la ginebra. Lo metieron en un taxi y volvieron a la bodega; César saludó con la mano antes de entrar. Tenía la misma cara del primer día, un brillo en los ojos que tanto podía ser de ilusión como de ceguera. Yo sabía que iba a volver, pero no esperaba que se recuperara tan rápido. Me acordé de los brazos de Mauro, de los tajos sobre golpes sobre raspones de asfalto que tenía por pelear con la policía todas las semanas, heridas que no dejaban tiempo a que cicatrizaran las heridas anteriores. En verano, cuando usaba mangas cortas debajo del saco, todavía se le veían las marcas oscuras como tatuajes.

A la tarde llegaron otros dos pibes, y un rato después el nervioso. Se acercó a la mesa donde estaba tomando mi anís y me dio la mano.

- ¿Pasó algo, pibe?

Estaba tranquilo, pero tenía los hombros rígidos y una sonrisa forzada, como si estuviera tratando de venderme algo.

- Pasaba a saludar, nomás. El otro día cuando me fui estaba muy mal, ya le debe haber contado César del tipo éste que nos quiso vender con la cana...

- Por ese pibe no tienen que preocuparse, los que realmente te venden no te avisan antes. Como decía mi amigo el Inglés, el que avisa no es traidor pero a veces es cobarde.

Se había sentado frente a mí, la sonrisa todavía más estirada que antes. Me hacía acordar a los que no saben de bebidas cuando quieren impresionar, o a los borrachos de salón cuando tratan de conquistar una mujer.

- Sí, tenía razón su amigo.

Hizo una pausa, se movió en el asiento, movió la cabeza a los costados para relajar el cuello. No dije nada.

- Y usted, si pasa algo, ¿nos vendería?

Tuve ganas de tirarle el anís en la cara, pero preferí vaciarlo de un trago y golpear el vaso contra la mesa.

- Cuando tengas más años, y más alcohol, y algo de cabeza, te vas a dar cuenta de lo que acabas de decir. Rajá.

Empezó a disculparse, pero no contesté. En ese momento entró César, y le dijo al nervioso que lo necesitaban atrás. No lo saludé, el lugar de él ahora lo ocupaba César.

- Sé lo que le dijo Esteban, o me lo puedo imaginar. No me voy a hacer responsable, pero le pido que no haga caso. Estamos por hacer algo más grande que lo del banco, más arriesgado, y Esteban siempre fue bastante paranoico. Quédese tranquilo, usted es la última persona de la que desconfiamos.

- Me importa muy poco lo que crean o dejen de creer. Te lo dije antes, hagan lo que quieran pero no me jodan. De ahora en adelante no quiero ver a ninguno de tus pibes por acá. Si querés venir a la noche para seguir viendo si aprendés a tomar, vení, pero solo.

Asintió, se levantó en silencio. En la puerta se cruzó con Alfredo, que tenía la camisa arremangada.

Preparé el café con brandy y se lo llevé a la mesa. Alfredo lo aceptó en silencio y se concentró unos segundos en el aroma. Recordé lo que le había costado aprender la espera, la ciencia de darle tiempo a la bebida: una noche le pedí que sostuviera durante casi tres horas una copa de Cointreau antes de tomar. En todo ese tiempo Alfredo no movió los ojos del centro de la copa y su frente se cubrió de sudor, pero no tomó ni una gota. Ahora, cuando sin ponerle azúcar levantó la taza de café, cuando la espuma rozó apenas los labios casi cerrados, sentí en él la calma del bebedor. Por un momento tuve frente a mí la imagen de César, pero había algo mucho más fuerte. Esa noche me senté a tomar con mis amigos como hacía tiempo no me sentaba. Hablamos poco: ellos no hicieron preguntas, yo evité el tema. Por unas horas, por unas copas, fue como si nada nos hubiera sucedido, como si Alfredo no hubiera abandonado el Movimiento, como si a Mauro no lo hubieran expulsado del Partido, como si Juan no se hubiera tenido que ir a México. Como si César nunca hubiera entrado al bar y yo nunca hubiera recibido a ninguno de los cuatro.

Algunos creen que en esos momentos se borran los problemas, que “toman para olvidar”, pero en realidad se toma para ir más allá, donde los problemas encuentran sus soluciones, donde la niebla inicial del alcohol se disipa y todo es más claro, los colores más brillantes, los sonidos más nítidos. Esa noche escuché, junto con mis amigos, lo necesario. Al día siguiente, cuando llegué al bar pasado el mediodía, todo era efectivamente más claro.