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Escribo cuentos y novelas, doy clases, hago de periodista, traduzco. "Se esconde tras los ojos" (Alfaguara, 2000; Premio Clarín de novela) "Tangos chilangos" www.tangoschilangos.wordpress.com " Los destierrados" , El fin de la noche, 2009

Sunday, June 25, 2006

El vértigo 1

El vértigo que todos sentimos cuando algo está a punto de suceder

Para Mauro, mi Yeye

I

No cualquiera puede, o merece, descubrir el espíritu de la bebida. Hay que saber cómo, dónde y con quién hacerlo; hay que tener un código y un método: eso distingue a los bebedores de los borrachos. Un auténtico bebedor nunca termina la noche solo, y nunca está tan alterado como para no poder llegar a su casa. Una de las primeras cosas que aprendí es que quien sabe beber no hace, bajo la influencia del alcohol, cosas que no haría estando sobrio. El desesperado toma para escaparse, el tímido para ganar coraje, y ninguno de los dos lo logra. Ellos, en la bodega de mi bar, buscaban las dos cosas.

Algo que también aprendí es a mantenerme lejos de gente como esa. Son jóvenes, son torpes. Y, sobre todo, no saben beber. Cuando hacen algo, lo arruinan desde antes de empezar. Pero, como decía el Inglés, el que se está ahogando se agarra de donde puede: yo necesitaba cubrir algunas deudas y el bar estaba dando más gastos que ganancias. Los cobradores pasaban todas las semanas a recordarme el vencimiento de un nuevo plazo, y cada vez me resultaba más difícil negociar los pagos.

Taia no era un usurero, pero quizás por eso era más estricto que los otros. Cuando entraron por primera vez pensé que eran hombres de Taia. Los dos de alrededor de veinte años, los dos con campera de cuero y zapatillas. Me acuerdo que pensé que él debía estar muy cansado de mis atrasos para mandar a estos pibes a romper el local, porque para qué alguien como Taia iba a mandarme gente así. Cabeceé al Topo y a Don Martín para que entraran a la cocina y me quedé al lado del mostrador, con mi copita de anís en la mano, esperando que se acercaran.

Cuando los tuve cerca vi que estaban nerviosos y me asusté: al hablar con un pibe nuevo, y más si se lo ve nervioso, uno tiene que medirse. El último en entrar se adelantó y me señaló una de las mesas, como si estuviera pidiendo perdón por ocupar mi tiempo. Me tranquilizó pensar que sabía que el encargo de Taia era más de lo que él podía cumplir. Me senté donde se me había indicado y, antes de que pudiera decirle que volvería a demorarme con la cuota, él apoyó un maletín sobre la mesa y se aclaró la garganta:

- Venimos a pedir y a ofrecer algo. Le pedimos ayuda, y le ofrecemos la oportunidad de participar en la lucha más importante de este siglo. Por una recompensa, claro está. Representamos al Ejército de la Información.

Vacié mi copa de anís. Antes de elegir la botella les ofrecí un trago. Ninguno de los dos aceptó, y entonces agarré el anís turco que convido sólo a mis amigos, que saben tomar. Lo serví despacio, viéndolo caer casi gota por gota sobre el hielo. Ellos miraron el líquido transparente volverse blanco como si fuese un truco de magia.

- Ejército de la Información... ¿Y cómo es eso, che?

No dijeron nada. Un hombre de Taia ya me hubiese puesto un arma en la cabeza. De la cocina llegaba la risa del Topo.

- Nosotros somos un ejército, pero no peleamos por banderas convencionales ni por dinero. Peleamos por nuestros sueños, peleamos por las cosas en las que creemos: la libertad, el derecho de todos los hombres a ser felices.

El que estaba parado agregó, como si hubiera estudiado un libreto:

- La única forma de cambiar la realidad es manipulando la imagen que reciben las masas sobre esa realidad. La historia que se estudia en las escuelas no es la historia de los hombres y las batallas, como nos hacen creer. Es la historia de cómo se transmitieron esas batallas a la gente, y de cómo se usaron esos hechos para alterar la realidad.

La risa del Topo se hizo más fuerte; a Don Martín le debía costar contenerse. A mí, que había escuchado cosas parecidas antes, también me costaba.

- ¿Y en qué los puedo ayudar? Les aclaro que si lo que quieren es una colaboración, yo...

- No nos malinterprete: nosotros venimos a hablar de negocios. Ya le dije que para usted hay una recompensa. Usted tiene una deuda importante con un prestamista, un tal Taia, según tengo entendido, y también con un banco. Sus impuestos están impagos, y, aunque no lo sepa todavía, dentro de dos o tres días va a recibir una intimación. Nosotros vamos a cubrir todas esas deudas, y nos vamos a hacer cargo de los gastos de este local de ahora en más.

Me levanté y caminé hasta la barra para dejar la botella de anís en el estante de las bebidas importadas. Me había puesto nervioso, más nervioso que con cualquiera de los hombres de Taia.

- El bar no está en venta.

Me respondió el otro, que parecía más impaciente:

- No nos entiende. Lo único que le pedimos a cambio es la habitación detrás de la bodega y la llave de la puerta de servicio.

Volví a calibrar la ropa, el pelo largo, los hombros caídos, el cuerpo recargado sobre la pierna derecha. Apretaban los ojos como forzando la vista. Si escapaban de alguien, no era de alguien importante: nadie los tendría tan en cuenta como para ocuparse de ellos. No iban a pagar todas las deudas, de eso estaba casi seguro, pero cuando dejaran de pagar los echaría. Miré otra vez el maletín de cuero negro que llevaba el que había estado hablando conmigo. Ahí debía tener un adelanto: por lo menos iba a poder pagarle algo a Taia antes de que de verdad mandara a sus hombres.

- ¿Y cuándo la necesitan?

Sonrieron. El Topo ya no se reía.

- De ser posible, ya mismo. Tengo diez mil dólares en efectivo, y eso es sólo para empezar. Nosotros nos encargamos de mover las cosas que haya, y esta misma tarde traemos lo que necesitamos. Lo traemos en un camión de reparto, para que nadie sospeche.

- ¿Qué cosas? Si entra un solo revólver a esa bodega se me van inmediatamente.

- No, nosotros no somos de esa clase de gente- dijo uno.

El otro dijo, recitando igual que antes:

- Destruir objetos o eliminar personas es una acción del pasado. Si voláramos una fábrica la empresa la reconstruiría en pocos meses, y hasta ganaría dinero estafando a la compañía de seguros. Si matáramos a un empresario, otros tres ocuparían su lugar. Cualquier acción sobre cosas públicas sólo sirve para ponerse a la gente en contra, y lo último que queremos ser es mártires. Hoy en día hay una sola cosa que puede crear un efecto lo suficientemente fuerte: la información. El poder se mide por la información que uno pueda manipular.

No entendía de qué estaba hablando pero no lo interrumpí. Me alcanzaba con saber que no pensaban romper nada ni meterse con la policía. Como decía el Inglés, las armas las carga el diablo para que las descarguen los idiotas. Una de las primeras cosas que había dejado de pagar cuando empezó a faltarme la plata fue la contribución a la cooperadora policial, y sabía que si pasaba algo era seguro que no sólo no me iban a ayudar sino que además me sacaban la licencia. El del maletín continuó la explicación del otro:

- Véalo así: cuando alguien pone dinero en un banco, ese dinero no es un montón de billetes en una bóveda sino un número de registro de transacción. El dinero se mueve con códigos, números de cuenta, manejos electrónicos. Todo eso es información, ¿entiende? Lo que nosotros hacemos es cambiar esa información.

- O sea que se quedan con plata de otra gente. Son ladrones, son estafadores, a la larga, ustedes.

El que estaba parado pareció ofenderse. Habló rápido, moviendo las manos:

- No. Somos el Ejército de la Información. Queremos cumplir los sueños de la gente, que todos tengan la posibilidad de realizarlos. Nunca nos quedamos con más dinero del que se necesita para sostener nuestras operaciones, el resto va para otras personas.

- Ah, le roban a los ricos para darle a los pobres... como Robin Hood, qué bueno, che.

No le gustó mi tono. Apretó los puños como si se estuviera aguantando las ganas de pegarme. Son siempre así, no saben contenerse. Por suerte el del maletín estaba más tranquilo; debía ser el jefe:

- Nos malinterpreta, y no lo culpo. Lo que nosotros hacemos es más aleatorio. No queremos reparar injusticias sino realizar sueños, que no es lo mismo. Imagínese que en un banco todas las cuentas de parejas recién casadas o a punto de casarse tengan un cero más... y ese dinero no se lo sacamos a nadie: trabajamos de tal forma que el cambio no se detecta. Imagínese que un banco reconociera que sus computadoras, sin razón, cambian los estados de cuenta. Perdería la mitad de los clientes, y peor si se sabe que alguien puede cambiarlos desde afuera...

Me los empecé a tomar en serio. Dejaron el maletín atrás de la barra y quedamos en que volverían a las cinco de la tarde para mover las cosas de la bodega e instalarse. Después de que se fueron, el Topo salió de la cocina.

- ¿Qué hizo, jefe? ¿Está borracho o qué?

De otra persona no lo hubiera aceptado, pero el Topo me había conocido cuando yo recién estaba aprendiendo a beber, cuando todavía tomaba vino de la casa y cerveza nacional en la misma comida.

- ¿Te parece, Topo? Es plata, eso es lo que importa.

El Topo miró atrás de la barra, donde estaba el maletín.

- Por esa plata no vale la pena, esto va a terminar mal.

- Pagamos lo de Taia y hasta podemos darle algo a los proveedores. ¿A usted qué le parece, Don Martín?

Don Martín estaba mirando por sobre la puerta vaivén de la cocina sin decir nada. Él era callado, pero al poco tiempo de conocerlo me di cuenta de que cada vez que decía algo era mejor prestar atención. Eso fue apenas compré el bar: la única cosa que me pidió el dueño anterior fue que no despidiera a Don Martín, y que si podía le levantara un poco el sueldo. Es un hombre derecho, que no se mete donde no lo llaman. No bebe nunca; apenas si lo vi tomar un vaso de Fernet muy rebajado algún domingo al mediodía. Desde el principio es el encargado de abrir el bar, con el único juego de llaves que existe, aparte del mío. Eso es algo que el Topo no me perdona, pero él vive en una pensión y no tengo ganas de que me vacíen el local cada tres días- menos desde que dejé de pagar a la cooperadora policial. Como decía el Inglés, negocios son negocios. Don Martín arqueó las cejas:

- Esas decisiones las toma usted. Lo que usted decida está bien.

El Topo respiró hondo y pasó el trapo por la mesa donde nos habíamos sentado.

- Como quiera, jefe, pero yo le avisé.

No hacía falta la advertencia: vi lo mal que terminaron otros Ejércitos, otros soñadores, y también los vi volver al bar. Estos pibes parecían más inocentes, más pendejos, pero al principio los demás también me habían parecido inocentes y pendejos.

A las cinco y diez llegó un camión de reparto cargado de cajas demasiado grandes como para ser de vino. Manejaba el más nervioso de los que me habían hablado, que seguía inquieto aunque por lo menos ahora no me miraba con bronca; el del maletín no estaba. Uno que yo no conocía bajó de la cabina con unos papeles y me esperó en la puerta. Habló en voz demasiado alta:

- ¿No me abre la bodega así descargamos el pedido, maestro?

Después agregó, bajando el tono, que firmara tranquilo, que era para que nadie sospechara, y me extendió un papel en blanco sujeto a una tablita. Pensé que estaban exagerando, que nadie sigue camiones de reparto, y menos un sábado a la tarde. Hice un garabato cualquiera en el papel y le devolví la birome:

- Hacen bien. Como decía el Inglés, un amigo mío, uno nunca sabe.

Le pedí al Topo que abriera el portón del depósito, al lado de la puerta del bar; y desde atrás del camión bajaron otros dos. El que me había traído los papeles se quedó en la cabina mientras bajaban todo a la vereda. Si lo que querían era que pareciera un reparto, se habían equivocado bastante. Las cajas de cartón, cerradas con cinta ancha, eran demasiado pesadas; las bajaban con cuidado y las apoyaban en el suelo como si llevaran copas de cristal. Por lo que me habían dicho supuse que eran computadoras, aunque algunas de las cajas parecían demasiado grandes. Dejaron todo frente a la puerta del depósito; del camión sacaron un carrito.

El que había venido antes me pidió que les mostrara cómo llegar a la piecita y que les dijera qué hacer con las cosas que había.

- No hay mucho, pibe, no te preocupes: anaqueles de vinos y una que otra caja de importadas, que tranquilamente pueden llevar al depósito. Eso sí, por favor no rompan ninguna botella, no sabés lo que me costó conseguir algunas de esas cosas.

Caminamos sin decir nada hasta la vereda, y ahí le mostré la rampa, el pasillo entre las cajas del depósito y la piecita. Parecía como si el tipo no pudiera aguantar las ganas de sonreír, se notaba el esfuerzo en mantener esa cara de póker. Preguntó por interruptores de luz, por enchufes, por líneas telefónicas. Mientras se los señalaba, se aclaró la garganta:

- Quería pedirle disculpas por lo de esta tarde. No tendría que haberle...

No esperaba algo así; se veía que le costaba hablar. Supe que no lo decía por haber recibido órdenes del otro.

- No te molestés, pibe, está bien.

- Es que estaba preocupado, nervioso... yo nunca le hubiera...

Parecía una reacción exagerada, como si me tomara el pelo, pero estaba mirando al piso y movía las manos adentro de los bolsillos de su campera de cuero: aunque antes le había dado por lo menos veintitrés, ahora le calculé unos veinte años.

- Te agradezco la disculpa pero no hace falta.

- Es que todo esto me tiene muy nervioso, nos estamos jugando mucho... a veces creo que...

Levantó la vista y me miró con la cara de los que no saben tomar cuando les da la tristeza. Fue apenas un segundo, pero suficiente para ver que el pibe estaba mal. Me preocupó eso de “jugarse mucho”, pero más me preocupó imaginarme que los demás podían estar tan desorientados como él. Respiró hondo, volvió a aclararse la garganta:

- Ahora acomodamos todo y nos vamos. Esta noche vuelvo acompañado para armar el lugar, nos vamos a quedar hasta que abra mañana a la mañana.

Volví al mostrador. Había poca gente, los que vienen siempre a las cinco. Saludé y fui a ayudar a Don Martín con la máquina de café. El Topo estaba atendiendo las mesas al lado de la puerta, pero igual se le veía en la cara que seguía enojado. Estaba al lado de la mesa de Alfredo. Como todas las tardes, le acercó café con brandy apenas entró. El empezaba siempre con lo mismo. Eso se lo había enseñado apenas lo conocí: Alfredo había pasado los cuarenta y yo apenas tenía veinte. El, en esa época, tomaba como los desesperados, y de ahí le quedó una resistencia alta y la úlcera que lo obliga a intercalar vasos de leche entre los cordiales. Pensé en contarle lo de los pibes, pero como decía el Inglés, el que dejó la batalla no quiere oler pólvora.

Cuando el Topo volvió al mostrador vi el vaso de whisky sin hielo que se había servido; nacional, por el color.

- Topo, sabés que de mis botellas podés agarrar lo que quieras, pero te doy un consejo de amigo: escocés y con hielo.

No contestó. El sólo tomaba en las comidas, y apenas vino tinto: con los años había conseguido que, por lo menos, me dejara elegir la cepa y que no le pusiera soda. El Topo no era un bebedor, pero tenía espíritu de bebedor. La única vez que lo vi borracho, después de lo de la mujer, se comportó como quien sabe tomar: solo pero cerca de gente de confianza, sin molestar a nadie, con una sola bebida - creo que le sugerí ginebra holandesa. Al día siguiente pidió disculpas y no volvió a hablar del tema. Hay pocos como el Topo, cada vez quedan menos.

Siguió callado, enfocando el vaso como si fuera el que uno sabe que lo va a emborrachar. Yo le iba a decir algo más, pero él agarró el vaso y se fue a la cocina. Lo seguí, vi cómo vaciaba el whisky en la pileta. No era el momento de hablar. Miré a Don Martín: si él también estaba alterado yo les tendría que decir a los pibes que se buscaran otro lugar. Prefería cerrar el local cuando Taia se cansara de reclamarme los pagos antes que perderlos a los dos. Pero Don Martín estaba igual que siempre: en ese momento buscaba sobres de azúcar para los cafés. Lo que le pasaba al Topo, entonces, era algo de él, y ya me lo contaría en su momento. Miré para la cocina, estaba acomodando una bandeja de medialunas. Como decía el Inglés, hay que dejar dormir a los perros dormidos.

El camión de reparto arrancó. El que había hablado conmigo en la bodega entró por la puerta de adelante a pedir prestada una escoba.

- Estamos limpiando un poco antes de instalar nuestras cosas.

Le expliqué que en la bodega estaba el armario con todo lo de limpieza, que usaran lo que quisieran. Mientras el pibe se iba, el Topo lo miró con bronca. Esta vez, por lo menos, tomaba etiqueta negra. Seguía acomodando medialunas.

- Topo, hablá de una buena vez. Ya sé que todo esto te cae mal, pero debe haber otra cosa...

Siguió con la vista fija en la bandeja. Después noté el temblor de los hombros cuando el líquido le bajaba por la garganta. Lleva tiempo acostumbrarse a esa sensación, y mucho más tiempo disfrutarla. Si se logra eso con una bebida como el whisky, uno puede considerarse un especialista. Dejó la jarra de agua y el vaso en la bandeja. Me miró a los ojos:

- Si esos pibes se quedan acá yo me voy, jefe. Entiendo lo de la guita, pero esto me huele mal. No les creo.

- Hace unas horas me dejaste hacer y ahora me salís con esto... ya te dije, hay algo más. Hablá.

Levantó la bandeja:

- Al que se fue manejando la camioneta lo conozco. No sé los pibes estos, pero el tipo es pesado. Vivió en la pensión unos meses. Desaparecieron varias cosas en ese tiempo, pero todos le tenían miedo y nadie se animaba a encararlo. Cuando se fue, encontramos una caja de balas abajo del colchón. Quedaban pocas.

Salió con la bandeja y tomó algunos pedidos. Cuando volvió al mostrador en lugar de quedarse fue hacia la cocina. Si no quería seguir hablando yo no lo iba a obligar; había conseguido que me dijera lo que le molestaba y era suficiente. Era suficiente, también, para preocuparme.

(continuará...)

Tuesday, June 20, 2006

Opiniones

Dos preguntas para una nota de la agencia de noticias ANSA

1- ¿Qué opinás del mercado editorial y las posibilidades de acceder a la publicación para los autores jóvenes?
Acceder a la publicación es sencillo o difícil, según lo que uno intente. Hoy en día no hay nada más fácil que poner un sitio en Internet y colgar textos, pero eso no garantiza el acceso, la gente no tiene todavía el hábito de leer textos largos en pantalla (ni siquiera de la extensión de un cuento), y la difusión también es cuesta arriba. Las editoriales grandes tienen las puertas prácticamente cerradas, las editoriales más pequeñas invierten en sus amigosy para el caso, sin las conexiones adecuadas, son más difíciles que las editoriales más grandes. Siempre hizo falta una cuota de suerte y conexiones para ingresar al "mundillo", pero hoy la situación es absurda. Terminan destacando los que tienen la habilidad de convertirse en sus propios productores culturales, y no siempre coinciden con los que mejor escriben.
2- ¿Cómo fueron tus experiencias sobre haber editado: ventajas, felicidades, críticas hacia el mercado editorial, dificultades para editar un segundo libro, etc?
Para alguien joven, ver el libro en las librerías, leer alguna reseña, recibir comentarios de gente desconocida a la que le gustó (o no) lo que uno escribió, no tiene comparación. Hay una carga muy fuerte al darse cuenta de que el texto, efectivamente, tiene vida propia más allá de la pantalla de la computadora o de los 4 amigos a los que uno se lo puede mostrar, éso es lo que lo convierte en un texto "de verdad". Las felicidades, por ese lado, son grandes si se llega al momento de publicar, y más si pasa algo con ese libro: la frustración si el libro muere en el estante de atrás de las librerías, o ni siquiera sale del depósito de la editorial, es también muy grande.
Las editoriales, hoy en día, no cuidan a sus autores ni los ven como una inversión a futuro. Se perdió el "autor de la casa", hay libros que recuperan la inversión y libros que no, y ni siquiera eso. De "Se esconde tras los ojos" la editorial vendió cerca del 80% de los 5000 ejemplares que imprimió, y aún con esas credenciales no quisieron saber nada con mi segunda novela y no tuvieron ningún interés en mantener el contacto conmigo como escritor, o de promocionar la novela más allá del mes en el que fue novedad.
Tienen una idea muy antigua de qué hacer con un libro: editarlo, imprimirlo, mandarlo en un camión a la librería, mandarlo por correo a una base de datos de "periodistas culturales", pedirle al autor que hable con sus amigos que trabajan en los medios a ver qué consiguen. Después se sientan a ver qué pasa, y a las dos semanas ya están empezando el proceso con una nueva tanda de libros y se olvidan de los anteriores. Desapareció también la idea del catálogo, de los "long sellers": cuando pasan es por accidente, no por planificación. Una película sobre Truman Capote ganó el Oscar, y cuando se estrenó en la Argentina no se podía conseguir un libro de Capote en ninguna librería, tardaron un mes en hacerlos llegar: si trabajan con semejante nivel de imprevisión y pasividad con la venta segura que arrastra un tanque de Hollywood, qué queda para la apuesta a un nombre desconocido, a un autor que quizás la pegue en su tercer o cuarto libro, con alguien que recién empieza y que necesita de una guía o una mano para poder desarrollarse.
Los editores chicos, que de últimas tendrían la predisposición, no tienen con qué: no tienen ni distribución ni promoción ni herramientas. ¿Qué diferencia hay entre publicar 500 copias de un libro que va a parar al último estante de 4 librerías chicas y no publicar nada?
En los últimos diez años, por lo menos, hubo una sola antología de cuentos de escritores jóvenes editada por una editorial "importante". Yo estuve en esa antología, y luego de que salió tuve un par de encuentros con editores del sello para ofrecerles mi segunda novela. Les interesó, pero en todo el plan editorial del 2006 tenían pensado sacar apenas 6 o 7 libros de autores locales (el resto venía de casa matriz, y es un sello que saca bastantes libros) y sólo 1 espacio no estaba comprometido: publicaron a otro autor de la antología, lo que habla bien de ellos, pero de 20 autores que ellos apoyaron en esa antología le dieron una segunda chance al trabajo de uno solo. Cuando se quejen de que no les rindió el esfuerzo de publicar esa antología, o de que no se generó "movida", o de que no surgen nombres nuevos, ¿cuánto de eso no va a ser culpa de ellos? ¿ellos se arriesgaron? En mi caso, ¿no eran suficientes credenciales un premio importante que recibió bastante prensa, y una primer novela que vendió en cantidades que hoy la harían atractiva desde lo comercial?
Por otra parte, ellos son simplemente una empresa y quieren que los números no den en rojo, toman decisiones comerciales, calculan los riesgos. En países con más movimiento literario, el estado y las empresas invierten de mil formas en la promoción y formación de los autores, en crearles una reputación internacional, en darles oportunidades de trabajar y hacerse ver, en abrir espacios para que la gente sepa en qué andan. La educación es mejor, y eso hace que haya más lectores. Existen mil formas más allá de las editoriales de que se dé vuelta la tortilla, pero de esos actores hay menos interés todavía que de las editoriales.

Sunday, June 18, 2006

An old new look at Argentine literature

Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes. Daniel Link, Ed. Entropía, 2006

Daniel Link is something of a starlet in the world of literary academia, as chair of 20th Century Literature at UBA, former editor of Radarlibros (Página/12's book supplement) and an essay writer, together with a writing career which has received as much praise as condemnation at the hands of reviewers (nonetheless, he bagged one of the coveted Guggenheim Grants in 2004). Leyenda, his latest book, is a collection of texts on Argentine literature, an area which Link claims is not his field of expertise. Yet, the texts gathered in this collection of essays were written on different occasions on which Link was invited as a gun for hire (histories of Argentine literature, catalogs of art exhibits, the supplement he ran, other periodicals). Organized in four “cross-sections” (cortes), the book intends to progress chronologically and build a panorama of Argentine literature in the second half of the 20th century and the first few years of the 21st. It is obvious while reading that this work was never conceived as a whole, since the styles of each cross-section responds to their original intents rather than to a unified writing pattern, and the topics seem to be determined by accident rather than by a structural need. Still, a unified criterion and a singular reading perspective (more evident in the last, most personal half of the collection) manages to counterbalance what would otherwise have been loosely tied miscelanea.

The first section of the book is a review of crime fiction written during the Perón years, a topic which Link himself says he wouldn’t have covered if he hadn’t been asked to write on it for a History of Argentine Literature (the chapter, nonetheless, was not included in the book). It is clear that Link here was paying his dues to the “publish or perish” principle, as the text feels more like an academic tour of duty than a head-on, willful literary exploration.

The second section pays tribute to another timeless tradition of literary criticism: musing on itself. Link takes on a favorite topic for local literary critics, the buildup to the golden days of the movement that would give birth to the way of looking at literature which is still at the core of university courses in the country today. The 1955-1966 period is seen here as a transitional period which, through the seminal Contorno magazine, led to a more political, socially-aware reading of Argentine literature exemplified here by the works of David Viñas and Oscar Masotta. The subject, the style of writing and the overall perspective definitely feel more comfortable to the writer than those in the first section, even if the topic is narrow-focused and academy-centric.

The last two cross-sections work as a unit, and present the strongest thesis of the book, perhaps the quintessence of Link's reading of Argentine literature. In the third section, the writer presents the seventies as a “long literary decade” dominated by Manuel Puig, Rodolfo Walsh and Osvaldo Lamborghini, spanning between 1968 and 1982: post-1982 writers (post-Pichiciegos, Rodolfo Fogwill's Malvinas novel, in fact) are doomed to revising the past. The three writers chosen by Link transgress the principles of bourgeois culture (by their subject matter, their style and the genres they bring in their writing), and represent the seventies as the decade in which literature tried to go against the principles of mass media and mass culture, exploring its outer edges, subverting it and presenting dissident voices.

The fourth section is made up of reviews, interviews and dialogues mostly republished from literary supplements. The texts keep their original publication sources, but have been rewritten and expanded, which creates some weird effects (a text anticipating the death of the interviewee several years after its publication, for instance). The choice of subjects for these texts is a reading program for the new millennium, and represents what the dominant strand in academia (at the influential classrooms of the Universidad de Buenos Aires, at least) has dictated constitutes Argentine literature today: Aira, Fogwill, Laiseca, Piglia, Saer, Arturo Carrera; with side orders of Juan Filloy, Matilde Sánchez and María Moreno as secondary players. “The future” is conjured in the last two texts in the figures of the youngest writers mentioned, Alejandro López and Gabriela Bejerman, consistent with some of the previous choices (Lamborghini for the 70s; Aira, Fogwill and Laiseca for the 80s-90s) and the interspersed references to the esthetics of Belleza y felicidad in some of the last pieces.

It is not by design that the publishing of this book coincided with that of Martín Prieto’s Breve historia de la literatura argentina, but the fact that they came out at roughly the same time bares their true intent. Literary criticism’s ultimate goal is that of establishing a reading program, disputing the existing literary canon and replacing it with a “new and improved" one. This explains the one-sided view of literature Link displays in the second half of the work: a portrait is being painted, but it is not a realistic picture; rather, it is an impressionist work in which the painter’s vision is felt just as strongly (even more strongly than) than the subject of the painting.
(publicado en el suplemento On Sunday del Buenos Aires Herald)

Great expectations unfulfilled

La Patria, Federico Jeanmaire, Seix Barral, 2006

Many years later, across the corridor from his son’s room, a middle-aged man sits down to write about his European exile between 1979 and 1982. Spellbound, he cannot stop writing until both the night and his tale come to an end.

Federico Jeanmaire’s La patria boils down to these two sentences, and the reader would have been spared a lot if this had been all. This cliché structure for a hindsight bildungsroman (especially whem combined with the myth of “the European experience”) usually acts as a foil for a narrative which is supposed to provide a backbone for the novel, but not here. Instead, the narrator is fixated on the notions of freedom and fatherland, and chooses to ponder on them loftily for the length of the novel with a few anecdotes tossed in for a bit of variety. The anecdotes repeat the fixation theme in two flavours: the memory of the many times a gipsy told him of the origins of his people (the legend changes every time, mercifully for the reader) and the ways in which several European women could not resist the charms of this freewheeling Casanova in exile, leading to a relationship with a Dutch woman which dominates the second half of the book. There is the mandatory hippiesque tour around Europe, the customary succession of cities and makeshift occupations, the fleeting drug episode, the predictable reflections on Argentina from Europe, and the anticipated return (returns, in fact, as there are two of them) to the fatherland.

But behind, before, above, between and below this trite formula for the exiled road movie are the endless musings and reflections which, the narrator believes, articulate the book. The result is storytelling that does not tell a story, reflections which do not reflect and conclusions that do not conclude. This novel’s claim is that autobiographical writing (real or makebelieve) is at its best when it shares the chaos of experience and mimics the self-centered maelstroms of the mind, and that writing does not need to explain or justify itself and can do nothing better than reflect on its own making and existence. Unfortunately, this theory of literature does not gel into a cohesive whole, and the reader is left with a pretentious work that is partly a book of personal mementos, partly a chaotic reality show and partly an attempt at an essay, finding neither a resolution as any of these three nor a path to call its own.

The fact that the narrator discovers a literary calling and spends the second half of the book musing on it and moving towards it is of very little help to the cause. This is the moment when an obsessive narrator becomes the protagonist of self-obsessed literature (even self serving, if the work is to be seen as autobiographical): this plot thread adds the clichés of the writing-about-writers-becoming-writers subgenre, and twists the story into unrealistic narrative knots while burdening it with yet another generous serving of lofty musings.

The writing itself is inconsistent, hovering between different kinds of vernacular (porteño vocabulary at times, Castillian on occasions, even sparkles of Central American) and hammering on certain phrases as if the secret of narrative rhythm lied in using the same five sentences to write an entire page.

On the whole, this novel digs its own grave by setting such high standards on itself: if the reader were not reminded on every single paragraph of the importance of the mission the narrator is undertaking both in his European exile and in his retelling of it, or of the loftiness and confusion of his ideas, the weaknesses of the novel would be forgivable or understandable. On page 207, the last sentences of the book read “A difficult thing, freedom. Almost impossible to write”. La patria cannot soar beyond the “almost impossible” and yet blows its own horns time and time again as if it had truly mastered the taskand therefore fails, making these last words its most fitting epitaph.

(Publicado en el suplemento On Sunday, del Buenos Aires Herald)

Roncagliolo’s Red April could be the New Black

“Abril Rojo”, by Santiago Roncagliolo; Ed. Alfaguara, 2006

A few weeks ago, during an open interview at the Book Fair, Hanif Kureishi was asked the eternal question for any writer visiting Argentina: what his opinion of Jorge Luis Borges was. He reminisced on his days as an aspiring writer on a steady diet of Penguin paperbacks, among which were “translations of all those magical realist writers who provided such a stark contrast to the bleak English weather”.

As much (or as little) as Kureishi was aware of our Blind Not-magical-realist Bard, his confusion is one of the side effects of the Latin American “Boom” of the 1960s: Juan Rulfo, Gabriel García Márquez and Mario Vargas Llosa found an exotic literary voice which appealed to the European imagination and redefined the way in which Latin America was to be represented in writing. Rulfo’s Comala, García Marquez’s Macondo, and Vargas Llosa’s sensuous forays into the absurd set a standard many lesser writers were more than eager to hide behind (Isabel Allende and Laura Esquivel, to name but two), and to which some worthy writers chose to submit (Haroldo Conti’s Mascaró, el cazador americano is an example of a writer losing his voice trying to “tune in” to Magic America). Editors and European readers still yearn for these exotic lands, and Latin American narrators still find it hard to break into the international arena with a different formula – how can you be from Latin America and not be a magical realist? There have been many hyped attempts at finding a “new boom” (Chilean young writers of the 90s, for instance), but in the end they have fizzled down to names rather than a movement – just as the original Boom was made up of writers who were quite different from each other, and yet were perceived as a unit. It makes sense that a writer like Borges registers as a García Marquez knockoff for Kureishi.

Santiago Roncagliolo has won the US$175,000 Premio Alfaguara de novela 2006 with his fourth book, Abril rojo (Alfaguara), which restyles the Latin American myth into a “magical realism for the XXI century”: terrorism, mysticism, the ever-present death, the sinister clutches of a corrupt political power, perversity, dialects and colourful details by the ton, ordinary characters in extraordinary circumstances. Como agua para chocolate meets Seven. The Godfather meets Diarios de motocicleta. Pedro Páramo meets The Maltese Falcon. And yet, there is something missing to make this blend of liquors a signature cocktail.

The novel takes place in the year 2000, under the government of Alberto Fujimori, once the “war” to quell the Shining Path uprising is officially over. Deputy district attorney Félix Chacaltana Saldívar, an insignificant piece in the judiciary system of an insignificant Peruvian town, handles a murder case for the first time. He starts as a naïve staunch believer in the letter of the law, and step by step muddles into a quagmire of corruption and deceit that reveals the power relationships between the army, the police, limeño political power and their collective efforts to hide the fact that the Shining Path is far from being a memory and that their own “war” deeds were nothing but institutionalized slaughter. The first murder turns into a series of brutal mutilations, and that in turn blends with the development of the Easter celebrations. There is the customary love interest (with a twist), and the story precipitates into a tale of mysticism, gore, murder investigations and a variant of the bildungrsoman (all of them, too, with a twist).

“I always wanted to write a thriller,” says Roncagliolo in the blurb, and that he did: this novel goes through the motions of a thriller at the right pace. The writing is precise and rarely gets in the way (some scenes and characters are a bit shy of a success, and there is more than a fair share of “observations” from the narrative voice, but that does not mar the effectiveness), and the plot is tight and sinuous.

Roncagliolo’s approach to the police story evokes hard-boiled detective stories set in the years of the Argentine military dictatorship (Osvaldo Soriano, Vicente Battista’s Sucesos argentinos, Manuel Vásquez Montalbán’s El quinteto de Buenos Aires) in that the genre provides a narrative form for a tale of corrupt power. But the porteño gloom is replaced by a veneer of the exotic, even esoteric, and the story takes a Hollywoodesque look-and-feel when it dwells on cinematic descriptions and some excesses of “local colour”.

A few months before Roncagliolo bagged the Premio Alfaguara, another Peruvian writer, Alonso Cueto, had grabbed the Premio Herralde 2005 with La hora azul (Anagrama), also set in the aftermath of the “war” against the Shining Path. It seems more than a coincidence that the same Latin American topic should dominate two major Spanish literary awards: does the industry reckons it has struck a vein in its quest for a new boom? Is the Shining Path novel The New Black?


(publicado en el suplemento On Sunday del Buenos Aires Herald)