Textos largos que no entran en www.lopario.blogspot.com

About Me

My photo
Escribo cuentos y novelas, doy clases, hago de periodista, traduzco. "Se esconde tras los ojos" (Alfaguara, 2000; Premio Clarín de novela) "Tangos chilangos" www.tangoschilangos.wordpress.com " Los destierrados" , El fin de la noche, 2009

Monday, August 07, 2006

El vértigo, parte VI

El jueves a la mañana, mientras estaba recibiendo un pedido de vinos, un auto estacionó frente al depósito. César bajó del asiento del acompañante con un bolso y un libro. El que manejaba, un pibe con pelo corto y traje italiano, sacó una caja de cartón del baúl. Por el tamaño podía tener otra computadora o botellas de cerveza. Entraron a la piecita y cerraron la puerta. Al rato los vi salir cargando al que se había quedado haciendo guardia, que seguía mal por la ginebra. Lo metieron en un taxi y volvieron a la bodega; César saludó con la mano antes de entrar. Tenía la misma cara del primer día, un brillo en los ojos que tanto podía ser de ilusión como de ceguera. Yo sabía que iba a volver, pero no esperaba que se recuperara tan rápido. Me acordé de los brazos de Mauro, de los tajos sobre golpes sobre raspones de asfalto que tenía por pelear con la policía todas las semanas, heridas que no dejaban tiempo a que cicatrizaran las heridas anteriores. En verano, cuando usaba mangas cortas debajo del saco, todavía se le veían las marcas oscuras como tatuajes.

A la tarde llegaron otros dos pibes, y un rato después el nervioso. Se acercó a la mesa donde estaba tomando mi anís y me dio la mano.

- ¿Pasó algo, pibe?

Estaba tranquilo, pero tenía los hombros rígidos y una sonrisa forzada, como si estuviera tratando de venderme algo.

- Pasaba a saludar, nomás. El otro día cuando me fui estaba muy mal, ya le debe haber contado César del tipo éste que nos quiso vender con la cana...

- Por ese pibe no tienen que preocuparse, los que realmente te venden no te avisan antes. Como decía mi amigo el Inglés, el que avisa no es traidor pero a veces es cobarde.

Se había sentado frente a mí, la sonrisa todavía más estirada que antes. Me hacía acordar a los que no saben de bebidas cuando quieren impresionar, o a los borrachos de salón cuando tratan de conquistar una mujer.

- Sí, tenía razón su amigo.

Hizo una pausa, se movió en el asiento, movió la cabeza a los costados para relajar el cuello. No dije nada.

- Y usted, si pasa algo, ¿nos vendería?

Tuve ganas de tirarle el anís en la cara, pero preferí vaciarlo de un trago y golpear el vaso contra la mesa.

- Cuando tengas más años, y más alcohol, y algo de cabeza, te vas a dar cuenta de lo que acabas de decir. Rajá.

Empezó a disculparse, pero no contesté. En ese momento entró César, y le dijo al nervioso que lo necesitaban atrás. No lo saludé, el lugar de él ahora lo ocupaba César.

- Sé lo que le dijo Esteban, o me lo puedo imaginar. No me voy a hacer responsable, pero le pido que no haga caso. Estamos por hacer algo más grande que lo del banco, más arriesgado, y Esteban siempre fue bastante paranoico. Quédese tranquilo, usted es la última persona de la que desconfiamos.

- Me importa muy poco lo que crean o dejen de creer. Te lo dije antes, hagan lo que quieran pero no me jodan. De ahora en adelante no quiero ver a ninguno de tus pibes por acá. Si querés venir a la noche para seguir viendo si aprendés a tomar, vení, pero solo.

Asintió, se levantó en silencio. En la puerta se cruzó con Alfredo, que tenía la camisa arremangada.

Preparé el café con brandy y se lo llevé a la mesa. Alfredo lo aceptó en silencio y se concentró unos segundos en el aroma. Recordé lo que le había costado aprender la espera, la ciencia de darle tiempo a la bebida: una noche le pedí que sostuviera durante casi tres horas una copa de Cointreau antes de tomar. En todo ese tiempo Alfredo no movió los ojos del centro de la copa y su frente se cubrió de sudor, pero no tomó ni una gota. Ahora, cuando sin ponerle azúcar levantó la taza de café, cuando la espuma rozó apenas los labios casi cerrados, sentí en él la calma del bebedor. Por un momento tuve frente a mí la imagen de César, pero había algo mucho más fuerte. Esa noche me senté a tomar con mis amigos como hacía tiempo no me sentaba. Hablamos poco: ellos no hicieron preguntas, yo evité el tema. Por unas horas, por unas copas, fue como si nada nos hubiera sucedido, como si Alfredo no hubiera abandonado el Movimiento, como si a Mauro no lo hubieran expulsado del Partido, como si Juan no se hubiera tenido que ir a México. Como si César nunca hubiera entrado al bar y yo nunca hubiera recibido a ninguno de los cuatro.

Algunos creen que en esos momentos se borran los problemas, que “toman para olvidar”, pero en realidad se toma para ir más allá, donde los problemas encuentran sus soluciones, donde la niebla inicial del alcohol se disipa y todo es más claro, los colores más brillantes, los sonidos más nítidos. Esa noche escuché, junto con mis amigos, lo necesario. Al día siguiente, cuando llegué al bar pasado el mediodía, todo era efectivamente más claro.

No comments: