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Escribo cuentos y novelas, doy clases, hago de periodista, traduzco. "Se esconde tras los ojos" (Alfaguara, 2000; Premio Clarín de novela) "Tangos chilangos" www.tangoschilangos.wordpress.com " Los destierrados" , El fin de la noche, 2009

Monday, November 24, 2008

El vértigo, parte IX

César no vino al día siguiente, ni al otro. Algunos pibes se asomaban a la noche para saludar, pero yo apenas si les contestaba con un cabeceo. El nervioso ni se atrevía a mostrar la cara, pero lo descubrí varias veces hablando con el nuevo en la esquina. Desde la bodega escuché la voz de César, pero no lo vi entrar o salir: la paranoia o el trabajo lo habían encerrado en la piecita, y de cualquier manera no vendría a tomar hasta que pasara algo. Mauro había faltado al bar por dos meses antes de que lo expulsaran del partido, y si venía era para encontrarse con alguno de sus compañeros; Alfredo apenas si salía de la sede de la FORA antes de irse del movimiento. Como decía el Inglés, caer es un trabajo de tiempo completo.

Al tercer día, mientras preparaba los pedidos para los proveedores, César vino directamente a la caja. Por los ojos hinchados y el temblor de las manos supe que no había dormido mucho desde la última vez en que lo había visto. El pondría como excusa el trabajo, la igualación de las oportunidades, el manejo de la información, pero los dos sabíamos que lo que le impedía el sueño eran otras ideas: la policía, sus compañeros, el nuevo compañero. La última vez había escuchado a la distancia la voz del vodka y, con el primer instinto del bebedor, volvía a mí para buscar consejo. Empecé a servir, pero me detuvo con un gesto.

- Discúlpeme, pero hoy no vine para tomar. Necesito que me deje ver algo en el televisor.

Terminé de llenar el vaso y lo empujé hacia él.

- Se prende sólo para el fútbol, y hoy no hay partido. Tomá este vodka.

Se sacó la campera de cuero y la apoyó sobre sus piernas. Hundió la cara entre las manos, se acomodó el pelo, levantó la vista.

- Le agradezco, pero necesito ver el noticiero de las ocho, y los demás están demasiado ocupados pensando en lo que van a hacer después de esto. No entienden que primero hay que ver si esto funciona, esperar a ver si nos descubren y recién ahí moverse de nuevo; son unos pendejos.

Mientras hablaba, tomó la mitad del vaso. Estudié la mirada firme, la mano ahora segura, la desilusión: estaba listo. Prendí el televisor y fui hasta la cocina; él eligió una de las mesas cercanas a donde Alfredo acababa de terminar su café con cognac y Mauro saludaba a Juan, que recién llegaba.

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